lunes, 22 de abril de 2013

50 Sombras de Grey- Capitulo 4


¡Bésame, maldita sea! Le suplico, pero no me puedo mover. Estoy paralizada 
por una extraña y desconocida necesidad, completamente cautivada por él. 

Miro fijamente la exquisitamente esculpida boca de Christian Grey, 
hipnotizada y él me devuelve la mirada, sus ojos escurecidos y entornados. Respira 
con más fuerza de lo habitual y yo he dejado de respirar por completo. Estoy en tus 
brazos. Bésame, por favor. Cierra los ojos, respira profundamente y me ofrece una breve 
señal de negación con la cabeza, como si respondiera a mi silenciosa petición. Cuando 
abre los ojos de nuevo, lo hace con algún nuevo propósito, una firme resolución.

—Anastasia, debes mantenerte lejos de mí. No soy el hombre adecuado para ti —
susurra. ¿Qué? ¿A qué viene esto? Ciertamente debería ser yo quien decida eso. Le frunzo 
el ceño y niego con la cabeza. 
—Respira, Anastasia, respira. Voy a ponerte de pie y a dejarte ir —dice en voz baja y 
me aleja con gentileza.

La adrenalina se ha disparado a través de mi cuerpo, ya sea por el fallido 
atropellamiento del ciclista o por la embriagadora proximidad de Christian, dejándome 
ansiosa y débil. ¡No! Grita mi mente cuando él se aleja, dejándome desamparada. 

Tiene sus manos sobre mis hombros, sosteniéndome con sus brazos extendidos, 
observando mis reacciones cuidadosamente. Y en lo único en lo que puedo pensar es 
en que quería ser besada, que lo hice malditamente obvio y él no lo hizo. No me quiere. 

Realmente no me quiere. He estropeado magníficamente el café de la mañana.

—Lo tengo —respiro, encontrando mi voz—. Gracias —murmuro, inundada de 
humillación. ¿Cómo pude haber malinterpretado tanto la situación entre nosotros? 

Tengo que alejarme de él.

—¿Por qué? —Frunce el ceño. Aún mantiene sus manos sobre mis hombros.
—Por salvarme —susurro.
—Ese idiota manejaba en sentido contrario. Me alegro de que estaba aquí. Me 
estremezco al pensar lo que te podría haber pasado. ¿Quieres venir y sentarte en el 
Hotel por un momento? —Me libera, las manos a ambos lados de su cuerpo y estoy de 
pie frente a él sintiéndome como una tonta.

Con una sacudida, aclaro mi cabeza. Simplemente quiero irme. Todas mis vagas y no 
articuladas esperanzas han sido frustradas. No me quiere. ¿En qué estaba pensando? Me 
regaño. ¿Qué querría Christian Grey contigo? Mi subconsciente se burla de mí. Envuelvo 
mis brazos a mí alrededor, me giro para hacerle frente a la calle y tomo nota con alivio 
de que el hombre verde ha aparecido. Rápidamente atravieso la calle, consciente de 
que Grey está detrás de mí. Fuera del Hotel, me volteo brevemente para hacerle frente 
pero no puedo mirarlo a los ojos.

—Gracias por el té y por hacer la sesión de fotos —murmuro.
—Anastasia… Yo… —Se detiene, y la angustia en su voz reclama mi atención, por lo 
que contra mi voluntad me encuentro mirándole detenidamente. Sus ojos grises lucen 
sombríos cuando se pasa una mano por el cabello. Se ve contrariado, frustrado, sus 
expresiones son crudas. Todo su cuidadoso control se ha evaporado.

—¿Qué, Christian? —espeto con irritación después que él dice… nada. Sólo quiero 
irme. Tengo que llevarme lejos mi frágil y herido orgullo y de alguna manera cuidar de 
él hasta que sane.
—Buena suerte con tus exámenes —murmura.

¿Eh? ¿Esta es la razón de por qué se ve tan desolado? ¿Esta es la gran despedida? 
¿Simplemente desearme suerte en mis exámenes?

—Gracias. —No puedo ocultar el sarcasmo en mi voz—. Adiós, Señor Grey. —Me 
vuelvo sobre mis talones, vagamente sorprendida porque no tropiezo y sin darle un 
segundo vistazo, desaparezco por la vereda hacia el estacionamiento subterráneo.

Una vez bajo el oscuro, frío concreto del estacionamiento con sus sombrías luces 
fluorescentes, me apoyo contra la pared y pongo la cabeza en mis manos. ¿En qué 
estaba pensando? Espontáneas e indeseadas lágrimas llenan mis ojos. ¿Por qué estoy 
llorando? Me hundo en el suelo, enojada conmigo misma por esta reacción sin sentido. 

Doblando mis rodillas, me doblo sobre mí misma. Quiero hacerme tan pequeña como 
sea posible. Quizás así este absurdo dolor sea menor mientras más pequeña me vuelva. 
Colocando la cabeza sobre mis rodillas, dejo que las irracionales lágrimas caigan sin 
restricciones. Lloro por la pérdida de algo que nunca tuve. Qué ridículo. Estar en duelo 
por algo que nunca fue… mis frustrados sueños, esperanzas y mis deterioradas 
expectativas.

Nunca había recibido un rechazo. De acuerdo… sí era una de las últimas en ser 
escogida para el baloncesto o el voleibol, pero entendía eso: correr y hacer algo más al 
mismo tiempo, como hacer rebotar o lanzar una pelota, no es lo mío. Soy realmente 
pasiva en cualquier tipo de deporte.

Aunque románticamente, nunca me he puesto a mí misma en esa posición, jamás. 

Una vida de inseguridad: soy demasiado pálida, demasiado flacucha, demasiado 
desaliñada, descoordinada y una larga lista de defectos que continúa. He sido siempre 
la primera en rechazar a cualquiera que pudiera ser considerado como un admirador. 

Había un chico en mi clase de química que me gustaba, pero nunca nadie ha 
despertado mi interés, nadie excepto Christian maldito Grey. Quizá debería ser más 
amable con gente a la que le gusto, como Paul Clayton y José Rodríguez, aunque estoy 
segura que ninguno de ellos ha sido encontrado sollozando a solas en lugares oscuros. 

Quizás todo lo que necesito es un buen llanto.

¡Detente! ¡Detente ahora! Mi subconsciente está gritándome metafóricamente, de brazos 
cruzados, apoyándose en una pierna y golpeando con su pie en señal de frustración. 
Sube al auto, ve a casa y continúa con tus estudios. Olvídate de él… ¡Ahora! Y detén toda esta 
mierda de regodearte en la autocompasión.

Inhalo profundamente, me estabilizo y me levanto. Espabílate Steel. Mientras me dirijo 
al automóvil de Kate seco las lágrimas de mi rostro. No pensaré en él de nuevo. Puedo 
lidiar con este incidente como si fuera sólo una experiencia más y concentrarme en mis 
exámenes.

Kate está sentada en la mesa del comedor con su computadora portátil cuando llego. 
Su sonrisa de bienvenida se desvanece en cuanto me ve.

—Ana ¿qué va mal?

Ay no… no el Interrogatorio Katherine Kavanagh. Niego con la cabeza, imitando su 
estilo de “ríndete ahora”, pero bien podría estar lidiando con un ciego sordomudo.

—Has estado llorando. —Ella tenía un don excepcional para señalar los malditos 
hechos obvios algunas veces—. ¿Qué te hizo ese cabrón? —gruñe y su rostro… Jesús, 
da miedo.
—Nada Kate. —En realidad ese el problema. El pensamiento trae una sonrisa irónica 
a mi rostro.
—Entonces, ¿por qué has estado llorando? Tú nunca lloras —dice, su voz 
suavizándose. Se pone de pie, sus ojos verdes rebosantes de preocupación. Pone sus 
brazos a mí alrededor y me abraza. Necesito decirle algo para hacerla retroceder.
—Estuve a punto de ser golpeada por un ciclista. —Es lo mejor que puedo hacer, pero 
la distrae momentáneamente de… él.
—Por Dios, Ana, ¿Estás bien? ¿Te lastimaste? —Me sostiene con el brazo extendido y 
me mira rapidamente.
—No. Christian me salvó —susurro—, pero estaba muy conmocionada.
—No me sorprende. ¿Cómo estuvo el café? Sé que lo odias.
—Tomé un té. Estuvo bien, nada que reportar en realidad. No sé por qué me lo pidió.
—Le gustas Ana. —Deja caer sus brazos.
—Ya no. No voy a volver a verlo. —Sí, de hecho consigo hacerlo sonar como que no 
me importa.
—¿De veras?

Mierda. Está intrigada. Me dirijo a la cocina para que no pueda ver mi rostro. 

—Sí… él está un poco fuera de mi liga Kate —digo tan secamente como puedo. 
—¿Qué quieres decir?
—Ay Kate, es obvio. —Me doy media vuelta y la enfrento cuando se detiene en el 
umbral de la cocina.
—No lo es para mí —dice—. De acuerdo, tiene más dinero que tú, pero entonces 
¡también tiene más dinero que la mayoría de las personas en América!
—Kate él es… —Me encojo de hombros.
—¡Ana! Por el amor de Dios, ¿Cuántas veces debo decírtelo? Eres absolutamente 
divina —me interrumpe. Ay no. Va comenzar con eso de nuevo.
—Kate, por favor. Tengo que estudiar —la interrumpo. Ella frunce el ceño.
—¿Quieres ver el artículo? Ya está terminado. José tomó algunas fotos realmente 
buenas.

¿Necesito un recordatorio visual del hermoso Christian no-te-quiero Grey?

—Claro. —Conjuro una sonrisa en mi rostro y camino hasta la portátil. Y allí está él, 
mirándome en blanco y negro, mirándome y encontrándome carente de algo.

Pretendo leer el artículo, todo el tiempo encontrando su mirada gris, buscando en la 
fotografía alguna pista que me diga por qué no es el hombre adecuado para mí, según
sus propias palabras. Y de pronto, salta a la vista. Es demasiado gloriosamente bien 
parecido. Somos polos opuestos y de dos mundos muy diferentes. Tengo una visión de 
mí misma como Ícaro volando demasiado cerca del sol, ardiendo y estrellándome 
como resultado. Sus palabras cobran sentido. No es adecuado para mí. Esto es lo que 
quería decir y hace que su rechazo sea más fácil de aceptar… casi. Puedo vivir con 
esto. Lo comprendo.

—Muy buen trabajo, Kate. —Me las arreglo para decir—. Voy a estudiar. —No voy a 
pensar en él de nuevo por ahora, me comprometo conmigo misma y abriendo mis apuntes, 
comienzo a leer.

Es sólo cuando estoy acostada, intentando dormir, que le permito a mis pensamientos 
ir a la deriva, regresando a mi extraña mañana. Sigo volviendo a lo de “no suelo salir 
con nadie” y me enfado por haberla recordado antes, cuando estaba en sus brazos 
suplicándole mentalmente con cada fibra de mi ser que me besara. Lo había dicho allí 
y antes. No me quería como novia. Me pongo de costado. Ociosamente, me pregunto 
si tal vez es célibe. Cierro los ojos y comienzo a dejarme ir. Quizás se reserva para 
alguien especial. Bueno, no para ti, mi subconsciente soñoliento me da un golpe final 
antes de liberarse dentro de mis sueños.

Y esa noche, sueño con ojos grises, diferentes formas de hojas verdes en leche, corro a 
través de lugares oscuros con espectrales luces fluorescentes y no sé si corro hacia o 
estoy escapando de algo… simplemente no está claro. 

Bajo mi lápiz. Terminado. Mi examen final está terminado. Siento la sonrisa del gato 
Risón extenderse en mi rostro. Probablemente es la primera vez que he sonreído en 
toda la semana. Es viernes y celebraremos esta noche, celebrar de verdad. ¡Incluso 
podría emborracharme! Nunca antes he estado borracha. Le doy un vistazo a través de 
la sala de deportes a Kate, quién continúa garabateando furiosamente, a cinco minutos 
para terminar. Esto es todo, el final de mi carrera académica. Nunca tendré que volver 
a sentarme entre filas de ansiosos y aislados estudiantes. Dentro de mi cabeza estoy 
haciendo elegantes piruetas, sabiendo muy bien que ese es el único lugar en el que 
puedo hacerlas. Kate deja de escribir y baja su lápiz. Me mira y también veo su sonrisa 
de gato Risón.

Volvemos a nuestro apartamento en su Mercedes, negándonos a hablar de nuestro 
examen final. Kate está más preocupada por lo que llevará puesto esta noche en el bar. 

Yo estoy ocupada intentando tomar mis llaves dentro del bolso.

—Ana, hay un paquete para ti. —Kate está de pie en los escalones de la puerta 
principal sosteniendo un paquete envuelto en papel marrón. Qué raro. No he encargado 
nada en Amazon recientemente. Kate me da el paquete y toma mis llaves para abrir la 
puerta principal. Esta dirigido a la Srta. Anastasia Steel. No hay un nombre o 
dirección de remitente. Quizás sea de mi mamá o de Ray.
—Probablemente es de mis padres.
—¡Ábrelo! —Kate está emocionada mientras se dirige a la cocina por nuestra 

“Champán para celebrar que nuestros exámenes han acabado” 

Abro el paquete y dentro encuentro una cajita mediana de cuero que contiene tres 
libros aparentemente idénticos, cubiertos con tela vieja y una tarjeta blanca. Escrita por 
un solo lado, con tinta negra y una clara letra cursiva, dice lo siguiente:

¿Por qué no me dijiste que había peligro? ¿Por qué no me advertiste?
Las damas saben de lo que deben protegerse, ya que leen novelas en las que se les previene de estos trucos…

Reconozco la cita de Tess10. Estoy aturdida por la ironía de que acabo de pasar tres 
horas escribiendo acerca de las novelas de Thomas Hardy en mi examen final. Quizás 
no es una ironía… quizás es deliberado. Inspecciono los libros de cerca, tres volúmenes 
de Tess of the d'Urbervilles. Abro el libro. Escrito en el frente con algún tipo de letra 
antigua, está lo siguiente:

“Londres: Jack R. Osgood, McIlvaine & Co., 1981.”

Santa mierda, son primeras ediciones. Deben valer una fortuna y sé de inmediato 
quién las envía. Kate está sobre mi hombro contemplando los libros. Toma la tarjeta.

—Primeras ediciones —susurro.
—No. —Los ojos de Kate se amplían con incredulidad—. ¿Grey?

Asiento con la cabeza.

—No puedo pensar en nadie más.
—¿Qué significa esta tarjeta?
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10 Tess: Tess of the d'Urbervilles, es una novela del poeta inglés Thomas Hardy, publicada por primera vez en 1891.
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—No tengo la menor idea. Creo que es una advertencia, honestamente, él continúa 
advirtiéndome. No tengo ni idea de por qué. No es como si estuviera golpeando a su 
puerta. —Frunzo el ceño.
—Sé que no quieres hablar de él, Ana, pero de verdad está afectándote. Con o sin 
advertencias. 

No me he permitido obsesionarme con Christian Grey durante esta última semana. 

Bueno… sus ojos grises siguen frecuentando mis sueños y sé que me tomará una 
eternidad sacar la sensación de sus brazos a mi alrededor y su maravillosa fragancia de 
mi cerebro. ¿Por qué me envió esto? Me dijo que yo no era para él.

—He encontrado una primera edición de Tess en venta en Nueva York en 14.000 
dólares. Pero la tuya se ve mucho mejor. Debe haber costado más. —Kate le está 
consultando a su buen amigo Google.
—Esta cita, Tess se la dice a su madre luego de que Alec D’Urberville le ha hecho una 
de sus maldades.
—Ya lo sé —reflexiona Kate—. ¿Qué intenta decir?
—No sé y no me importa. No puedo aceptar estos libros. Los enviaré de regreso con 
una cita igual de desconcertante de alguna parte oscura del libro.
—¿La cita en la que Angel Clare dice “vete a la mierda”? —pregunta Kate con el rostro 
completamente serio.
—Sí, esa cita. —Me río. Amo a Kate, es tan leal y solidaria. Embalo los libros y los 
dejo en la mesa del comedor. Kate me da una copa de Champán.
—Por el término de los exámenes y nuestra nueva vida en Seattle. —Kate sonríe 
abiertamente. 
—Por el término de los exámenes, nuestra nueva vida en Seattle y excelentes 
resultados. —Chocamos las copas y bebemos

El bar es ruidoso y agitado, lleno de próximos graduandos dispuestos a emborracharse. 
José se une a nosotras. No se graduará hasta el otro año, pero está de ánimo festivo y 
nos apoya en nuestro espíritu de libertad recién encontrada comprándonos una jarra de 
margarita. Mientras termino mi quinta, sé que esto no es una buena idea, 
principalmente por el champán ingerido. 

—¿Y ahora qué, Ana? —me grita José por encima del ruido.
—Kate y yo nos mudaremos a Seattle. Los padres de Kate le han comprado un 
departamento allí.
—Dios mío. Así es como vive la otra mitad. Pero estarás de vuelta para mi Show.
—Por supuesto, José, no me lo perdería por nada en el mundo. —Sonrío y él pone su 
brazo alrededor de mi cintura y me cerca a él.
—Significa mucho para mí que estés allí, Ana. —Susurra en mi oído—. ¿Otra
margarita? 
—José Luis Rodríguez, ¿estás intentando emborracharme? Porque creo que está 
funcionando. —Suelto una risita—. Creo que será mejor que tome una cerveza. Iré a 
buscarnos una jarra. 
—¡Más bebida! —grita Kate.

Kate tiene la constitución de un buey. Tiene su brazo envuelto alrededor de Levi, uno 
de nuestros compañeros de estudios en Inglés y su fotógrafo habitual en el periódico 
escolar. Ha renunciado a tomar fotos por la embriaguez que lo rodea. Sólo tiene ojos 
para Kate. Ella tiene puesta una camiseta minúscula, jeans ajustados y tacones altos, 
cabello recogido en alto con pequeños mechones colgándole alrededor del rostro, su yo 
usualmente impresionante. Yo, soy más usar Converses y camisetas de estilo niña, 
pero estoy usando mis jeans más favorecedores. Me libero del agarre de José y me 
levanto de la mesa. Woah. La cabeza me da vueltas. Tengo que afirmarme del
respaldo de la silla. Los cocteles a base de tequila no son una buena idea. 

Me dirijo hacia la barra y decido que debería visitar el tocador mientras puedo 
mantenerme sobre mis propios pies. Bien pensado, Ana. Me tambaleo a través de la 
multitud. Por supuesto, hay una fila, pero al menos está tranquilo y fresco en el pasillo. 
Tomo mi teléfono celular para aliviar el aburrimiento de la fila de espera. Hmm… ¿A 
quién me llamé la última vez? ¿A José? Antes de ese hay un número que no reconozco. 

Ah, sí. Grey, creo que este es su número. Me río tontamente. No tengo idea de qué 
hora es, tal vez lo despierte. Quizás pueda decirme porque me envío esos libros y el 
mensaje críptico. Si quiere que permanezca alejada, debería dejarme en paz. Contengo 
una sonrisa de borracha y presiono el botón de re llamada. Responde al segundo 
timbre.

—¿Anastasia? —Está sorprendido de escucharme. Bueno, francamente, estoy 
sorprendida de llamarlo. Entonces, mi confundido cerebro registra… ¿Cómo sabe que 
soy yo?
—¿Por qué me enviaste los libros? —digo, formando mal las palabras.
—¿Anastasia, estás bien? Tu voz suena extraña. —Su voz está llena de preocupación.
—Yo no soy la extraña, tú lo eres —lo acuso. Ahí, eso se lo dice, mi valor alimentado 
por el alcohol.
—Anastasia, ¿has estado bebiendo?
—¿Qué te importa?
—Estoy… curioso. ¿Dónde estás?
—En un bar.
—¿Cuál Bar? —Suena exasperado.
—Un bar en Portland.
—¿Cómo regresarás a casa?
—Encontraré una manera. —Esta conversación no está saliendo como esperaba.
—¿En que bar estás?
—¿Por qué me enviaste los libros, Christian?
—Anastasia, ¿dónde estás? Dímelo ahora. —Su tono es tan, pero tan dictatorial… 
como siempre controlador. Me lo imagino como un director de películas antiguas, 
usando pantalones de montar, sosteniendo un megáfono y una fusta. La imagen me 
hace reír a carcajadas.
—Eres tan dominante… —Suelto una risita tonta.
—Ana, ayúdame con esto, ¿en dónde diablos estás?

Christian Grey está maldiciendo frente a mí. Me río de nuevo. 

—Estoy en Portland… muy lejos de Seattle.
—¿En qué parte de Portland?
—Adiós, Christian.
—¡Ana!

Cuelgo. ¡Já! Aunque no me dijo nada de los libros. Frunzo el ceño. Misión no 
cumplida. Estoy realmente borracha, mi cabeza nada incómoda mientras me arrastro 
en la fila. Bueno, el objetivo del ejercicio era emborracharse. Lo he logrado. Esto es 
algo como: una experiencia que probablemente no debe ser repetida. La fila se ha movido y 
ahora es mi turno. Me quedo mirando fijamente el cartel en la parte posterior de la 
puerta del baño que exalta las virtudes del sexo seguro. Santa mierda, ¿acabo de llamar 
a Christian Grey? Mierda. Mi teléfono suena y me hace saltar. Grito por la sorpresa.

—Hola —gimo tímidamente al teléfono. No había contado con esto.
—Iré a recogerte —dice y cuelga. Sólo Christian Grey puede sonar tan tranquilo y 
amenazante al mismo tiempo.

Santa mierda. Subo mis pantalones. Mi corazón late con fuerza. ¿Vendrá a buscarme? 
Ay no, me voy a enfermar… no… estoy bien. Espera. Simplemente está jugando con 
mi cabeza. No le dije en dónde estaba. No puede encontrarme aquí. Además, le 
tomará horas llegar aquí desde Seattle. Y ya nos habremos ido para entonces. Me lavo 
las manos y compruebo mi rostro en el espejo. Me veo ruborizada y ligeramente 
desenfocada. Hmm… Tequila.

Espero en la barra por lo que se siente como una eternidad por la jarra de cerveza y 
finalmente vuelvo a la mesa.

—Te fuiste por mucho tiempo —me regaña Kate—. ¿Dónde estabas?
—En la fila para ir al baño.

José y Levi están teniendo un acalorado debate acerca de nuestro equipo local de 
beisbol. José hace una pausa en su sermón para servirnos cerveza a todos y tomo un 
largo trago.

—Kate, creo que será mejor que salga y tome un poco de aire fresco.
—Ana, eres verdaderamente un peso ligero.
—Serán cinco minutos.

Me abro paso a través de la multitud de nuevo. Estoy comenzando a sentir náuseas, mi 
cabeza está girando y no tengo mucho equilibrio. Menos equilibro de lo normal.

Tomar el aire fresco en el estacionamiento hace que me cuenta de cuan borracha estoy.

Mi visión se ha visto afectada y realmente estoy viendo doble todas las cosas, al igual 
que en las viejas repeticiones de los dibujos animados de Tom y Jerry. Creo que voy a 
vomitar. ¿Por qué me permití llegar a esto?

—Ana. —José ha llegado—. ¿Estás bien?
—Creo que simplemente he bebido un poquito demás. —Le sonrío débilmente.
—Yo también —murmura, sus oscuros ojos mirándome intensamente—. ¿Necesitas 
ayuda? —pregunta y da un paso hacia mí, poniendo sus brazos a mi alrededor.
—José estoy bien. Puedo hacerlo. —Intento empujarlo para alejarlo pero es un débil 
intento. 
—Ana, por favor —susurra, y ahora me sostiene en sus brazos, acercándome más a él.
—José, ¿qué estás haciendo?
—Sabes que me gustas Ana, por favor. —Una de sus manos está en la parte baja de mi 
espalda apretándome contra él, la otra sobre mi mentón tirando de mi cabeza hacia 
atrás. Demonios… va a besarme.
—No José, detente, no. —Lo empujo, pero es una pared de músculo duro y no lo 
puedo mover. Su mano se ha deslizado hacia mi cabello y deja quieta mi cabeza.
—Por favor, Ana, cariña —susurra contra mis labios. Su aliento es suave y demasiado 
dulce, por las Margaritas y la cerveza. Con suavidad, traza un sendero de besos a lo 
largo de mi mandíbula hasta la comisura de mis labios. Me siento borracha, fuera de 
control y con pánico. La sensación es sofocante.
—José, no —suplico. No quiero esto. Eres mi amigo y creo que voy a vomitar.
—Creo que la señorita dijo que no —dice tranquilamente una voz en la oscuridad. 

¡Santa Mierda! Christian Grey, está aquí. ¿Cómo? José me libera.

—Grey —dice con sequedad. Miro ansiosamente a Christian. Él está mirando a José
con el ceño fruncido. Y está furioso. Mierda. Mi estomago da un tirón y me inclino 
hacia adelante, mi cuerpo ya no es capaz de tolerar el alcohol y vomito de forma 
espectacular sobre el suelo.
—Ugh, ¡Dios mío, Ana! —José salta hacia atrás, asqueado. Grey recoge mi cabello y lo 
saca de la línea de fuego y me conduce con cuidado a un jardín ubicado en el borde del 
estacionamiento. Noto, con profunda gratitud, que está relativamente oscuro.
—Si vas a vomitar otra vez, hazlo aquí. Yo te sostendré. —Uno de sus brazos está 
alrededor de mis hombros, el otro sostiene mi pelo en una improvisada cola de caballo
sobre mi espalda dejando mi rostro despejado. Trato de alejarlo pero vomito de 
nuevo… y otra vez. Oh, mierda, ¿cuánto tiempo iba a durar esto? Aun cuando mi 
estómago está vacío y ya nada viene, horribles arcadas sacuden mi cuerpo. Prometo en 
silencio que jamás volveré a beber. Esto es simplemente demasiado horrible como para 
poder expresarlo en palabras. Finalmente, se detiene.

Mis manos descansan en la pared de ladrillo que bordea el pequeño jardín, apenas 
sosteniéndome: vomitar tanto es agotador. Grey retira sus manos y me ofrece un 
pañuelo. Sólo él tendría un pañuelo de lino recién lavado con las iniciales CTG 
grabadas en él. No sabía que todavía se podía comprar uno de estos. Vagamente, 
mientras me limpio la boca, me pregunto que significa la T. No me atrevo a mirarlo. 

Estoy abrumada por la vergüenza, disgustada conmigo misma. Quiero que las azaleas 
del jardín me traguen y estar en cualquier parte menos aquí.

José continúa rondando la entrada del bar, vigilándonos. Gimo y pongo mi cabeza 
entre mis manos. Este tiene que ser simplemente el peor momento de mi vida. Mi 
cabeza sigue a la deriva mientras trato de recordar uno peor —sólo consigo recordar el 
rechazo de Christian— y esto es mucho, mucho más terrible en términos de 
humillación. Me arriesgo a darle un vistazo. Me está mirando fijamente, su rostro 
íntegro, sin dejar traslucir nada. Me doy la vuelta y miro a José quien luce muy 
avergonzado y, al igual que yo, intimidado por Grey. Lo fulmino con la mirada. 

Tengo unas cuantas cosas que decirle a mi supuesto amigo. Ninguna de las cuales 
puedo repetir delante del Gerente General Christian Grey. Ana, a quién engañas, acaba 
de verte vomitar sobre el suelo y la flora local. No hay forma de disfrazar que no sabes comportarte como una dama. 

—Ehm... nos vemos adentro —murmura José, pero ambos lo ignoramos y él se 
escabulle dentro del edificio. Estoy sola con Grey. Doble mierda. ¿Qué debería decirle? 
Disculparme por la llamada telefónica.
—Lo siento —murmuro, mirando el pañuelo que estoy apretando furiosamente con los 
dedos. Es tan suave. 
—¿Qué es lo que lamentas Anastasia?
Ah mierda, está exigiendo una explicación.
—La llamada telefónica principalmente, sentirme mal. Ah, la lista es interminable —
murmuro, sintiendo como mi piel se sonrojaba. Por favor, por favor ¿puedo morir ahora?
—Todos hemos estado ahí, quizás no tan dramáticamente como tú —dice secamente—
. Se trata de conocer tus propios límites, Anastasia. Quiero decir, estoy a favor de 
presionar hasta el límite, pero, de verdad, esto es demasiado. ¿Este tipo de 
comportamiento es un hábito en ti?

La cabeza me zumba por el exceso de alcohol y la irritación ¿Qué demonios tiene que 
ver esto con él? No lo invité aquí. Suena como un hombre de mediana edad 
regañándome como si fuera una niña descarriada. Una parte de mí quiere decirle que 
si quiero emborracharme cada noche como lo hice hoy, entonces es mi decisión y no 
tenía nada que ver con él, pero no soy lo suficientemente valiente. No ahora que he 
vomitado frente a él. ¿Por qué sigue aquí? 

—No —digo compungida—. Nunca he estado borracha antes y ahora mismo no tengo 
deseos de volver a estarlo.

Simplemente no entiendo por qué está aquí. Comienzo a sentirme mareada. Él se da 
cuenta, me toma antes de que caiga y me alza en sus brazos, sosteniéndome contra su 
pecho como si fuera una niña pequeña.

—Vamos, te llevaré a casa —murmura.
—Tengo que decirle a Kate. —Buen Señor, estoy en sus brazos otra vez.
—Mi hermano puede decirle.
—¿Qué?
—Mi hermano, Elliot, está hablando con la señorita Kavanagh.
—¿De veras? —No lo entiendo.
—Él estaba conmigo cuando llamaste.
—¿En Seattle? —Estoy confundida.
—No, me estoy hospedando en el Heathman11.

¿Todavía? ¿Por qué?

—Rastreé tu teléfono celular Anastasia.

Oh, por supuesto que lo hizo. ¿Cómo es posible? ¿Es legal? Acosador, me susurra mi 
subconsciente a través de la nube de tequila que todavía flota en mi cerebro, pero de 
alguna manera, porque se trata de él, no me molesta.

—¿Tienes una chaqueta o un bolso?
—Ehm… Sí, vine con ambos. Christian, por favor, tengo que decirle a Kate. Se 
preocupará. —Su boca se aprieta en una línea dura y suspira pesadamente.
—Si tienes que hacerlo.

Me pone de pie y, tomando mi mano, me conduce de nuevo dentro del bar. Me siento 
débil, todavía borracha, avergonzada, exhausta, mortificada y en algún extraño nivel, 
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11 Heathman: Hotel ubicado en el centro de Portland, Oregón, en el distrito cultural y financiero.
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extremadamente emocionada. Él está tomado mi mano, un despliegue tan confuso de 
emociones. Necesitaré de al menos una semana para procesarlas todas.

Es ruidoso, está lleno de gente y la música ha comenzado, por lo que hay una gran 
multitud en la pista de baile. Kate no está en nuestra mesa y José ha desaparecido.
Levi se ve perdido y desamparado estando solo.

—¿Dónde está Kate? —le grito a Levi por encima del ruido. Mi cabeza comienza a 
palpitar al ritmo del contrabajo.
—Bailando —grita Levi y puedo decir que está enfadado. Está mirando a Christian 
suspicazmente.

Me pongo mi chaqueta negra y meto mi pequeño bolso por encima de mi cabeza de 
manera que quede en mi cadera. Estoy lista para irme una vez que haya visto a Kate.

—Ella está en la pista de baile. —Toco el brazo de Christian, me inclino y le grito al 
oído, rozando su cabello con la nariz, oliendo su aroma limpio y fresco. Ay mi Dios.

Todos esos sentimientos prohibidos y desconocidos que he intentado negar salen a la 
superficie y corren a través de mi agotado cuerpo. Me sonrojo y en algún lugar muy
profundo, mis músculos se contraen deliciosamente.

Él pone los ojos en blanco, toma mi mano de nuevo y me guía hasta la barra. Es 
servido inmediatamente. No hay espera para el señor Controlador Grey, ¿todo le tiene 
que llegar tan fácilmente? No puedo escuchar lo que ordena. Me entrega un vaso 
enorme de agua helada.

—Bebe —me ordena.

Las luces se mueven dando vueltas al compás de la música arrojando extraños colores 
y sombras al bar y a sus clientes. Él alterna entre everde, azul, blanco y un rojo 
demoniaco. Me observa con atención. Tomo un sorbo tentativo.

—Bébelo todo —grita para hacerse oír por sobre la música.

Es tan autoritario. Se pasa una mano a través de su cabello rebelde. Se ve frustrado, 
enojado. ¿Cuál es su problema? Aparte de que una tonta niña ebria lo llame en medio 
de la noche y él piense que debe rescatarla. Y resulta ser que si debe salvarla de su 
amigo demasiado amoroso. Y luego la ve vomitando a sus pies. Ay, Ana… ¿Superarás 
esto alguna vez? Mi subconsciente está chasqueando la lengua y mirándome fijamente 
por encima de sus anteojos de media luna, figurativamente hablando, claro. Me 
balanceo un poco y él pone una mano en mi hombro para estabilizarme. Hago lo que 
se me dice y me tomo el vaso entero. Me hace sentir mareada. Quitándome el vaso de 
las manos lo coloca en la barra. En medio del desenfoque, le doy un vistazo a lo que
lleva puesto; una camisa blanca holgada de lino, pantalones ajustados, zapatillas 
converse negras y una chaqueta oscura a rayas. Su camisa está desabrochada en la 
parte superior y no veo una pizca de pelo. En mi actual estado mental, se ve delicioso.

Toma mi mano una vez más. Santo cielo, me lleva a la pista de baile. Mierda. Yo no 
bailo. Puede sentir mi resistencia y bajo las luces de colores, puedo ver su ligeramente 
sardónica sonrisa divertida. Le da un tirón a mi mano y estoy de nuevo en sus brazos. 

Comienza a moverse, llevándome con él. Caramba, sabe bailar. Y no puedo creer que 
esté siguiéndolo paso a paso. Quizá sea porque estoy borracha y puedo seguir el ritmo. 

Me aprieta con fuerza contra él, su cuerpo contra el mío… Si no me apretara con tanta 
fuerza, estoy segura de que me desmayaría a sus pies. En el fondo de mi mente, la 
advertencia que a menudo mi madre me recitaba resuena en mi cabeza: Nunca confíes 
en un hombre que sabe bailar.

Nos mueve a través de la multitud de bailarines hasta el otro lado de la pista de baile y 
llegamos junto a Kate y Elliot, el hermano de Christian. La música martillea con 
fuerza en mi cabeza. Se me corta la respiración. Kate está haciendo sus movimientos. Baila 
moviendo su trasero. Y ella sólo lo hace cuando realmente le gusta alguien. Lo que 
significa que habrá tres de nosotros para el desayuno mañana temprano. ¡Kate!
Christian se inclina y le grita a Elliot en el oído. No puedo escuchar lo que dice. Elliot 
es alto y de hombros anchos, pelo rubio rizado y unos ojos perversamente brillantes. 

No puedo decir de qué color son debido al juego de brillantes luces intermitentes. 

Elliot sonríe y tira de Kate a sus brazos, en donde ella está más que feliz de estar… 

¡Kate! Incluso en mi estado de ebriedad, me asombra. Acaba de conocerlo. Ella asiente 
con la cabeza a cualquier cosa que Elliot le esté diciendo, luego me sonríe y me dice 
adiós con la mano. Christian nos saca de la pista de baile en un rápido tiempo doble.

Pero nunca llegué a hablar con ella. ¿Está bien? Puedo ver donde terminarán las cosas 
para ellos dos. Tengo que hacer la charla del sexo seguro. En el fondo de mi mente,
espero que lea uno de los carteles en la parte posterior de las puertas de los aseos. Mis 
pensamientos se estrellan contra mi cerebro, luchando con la difusa sensación de 
embriaguez. Hace tanto calor aquí, es demasiado ruidoso, colorido, demasiado 
brillante. Mi cabeza comienza a ir a la deriva, ay no…y puedo sentir el suelo viniendo 
al encuentro de mi rostro o al menos así se siente. Lo último que oigo antes de 
desmayarme en los brazos de Christian, es su discordante calificativo. 

—Mierda.

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