Las voces sonaban bajas y cercanas y, aunque
ahora era consciente de ellas, parecían proceder de una conversación murmurada
que había captado ya empezada.
-Me temo que ha sido demasiado para ella -sostuvo
alguien cuya voz era suave pero profunda, la voz de un hombre-. Demasiado casi
para cualquiera, ¡cuánta violencia! -El tono era de clara repulsión.
-Ha gritado una sola vez -replicó una voz
femenina, más alta y aflautada, remarcando la afirmación con un cierto
regocijo, como si estuviera ganando una discusión.
-Ya lo sé -admitió el hombre-. Es muy fuerte.
Otros habrían sufrido un trauma mucho mayor con menor motivo.
-Estoy segura de que se pondrá bien, como ya le
he dicho.
-Tal vez se haya confundido de vocación. -Había
un cierto tono incisivo en la voz del hombre. Los bancos de memoria de mi
cerebro destinados al lenguaje me informaron de que se trataba de un sarcasmo-.
Quizá debería haberse hecho sanadora, como yo.
La mujer emitió un sonido divertido, una
risotada.
-Lo dudo. Nosotros, los buscadores, preferimos
otro tipo de diagnósticos.
Mi cuerpo conocía esa palabra, esa especie de
título, «buscador». Sentí que un escalofrío de miedo me bajaba por la columna,
una reacción prestada, puesto que no había duda de que yo no tenía motivos para
temer a los buscadores.
-A menudo me pregunto si en su profesión hay
alguien infectado, aunque sólo sea un poco, de humanidad -musitó el hombre,
cuya voz aún sonaba amarga debido al disgusto-. La violencia forma parte de su
opción vital. ¿y si hay algo innato en su temperamento, algo que los lleva a
disfrutar con el horror?
Me sentí sorprendida por la acusación, por su
tono. Esta conversación era como... una disputa. Algo con lo que mi anfitriona
estaba familiarizada, pero que yo no había experimentado jamás.
La mujer se puso a la defensiva:
-No es que escojamos la violencia. Nos
enfrentamos a ella cuando no queda más remedio. y pienso que es algo bueno para
todos los demás que unos cuantos seamos lo suficientemente fuertes como para
soportar lo desagradable. Vuestra paz se vería amenazada de no ser por nuestro
trabajo.
-Eso era en otros tiempos. Vuestra vocación
pronto se quedará obsoleta, o eso creo.
-El error implícito de esa afirmación queda
patente en la paciente que tenemos aquí.
-Una chica humana sola y desarmada! Sí, claro,
¡menuda amenaza para nuestra paz!
La mujer comenzó a respirar pesadamente; luego
suspiró.
-Pero ¿de dónde procede? ¿Cómo ha aparecido en
mitad de Chicago, una ciudad civilizada desde hace tanto tiempo, a cientos de
kilómetros de cualquier rastro de actividad subversiva? ¿Se movía sola?
Disparó las preguntas una tras otra sin que
pareciera esperar respuesta alguna. Daba la impresión de habérselas planteado
ya con anterioridad.
-Ése es vuestro problema, no el mío -repuso el
hombre-. Mi cometido consiste en ayudar a esta alma a adaptarse a su nueva
anfitriona, evitando cualquier trauma o daño innecesario, y usted está aquí
interfiriendo en mi trabajo.
Como estaba tomando conciencia lentamente,
aclimatándome a este nuevo mundo de sentidos, comprendí algo tarde que yo era
el tema de la conversación. Yo era el alma de la que hablaban. Era una nueva
connotación de una palabra que había significado muchas otras cosas para mi
anfitriona. En cada planeta adquiríamos nombres distintos. Alma. Suponía que
era una descripción adecuada para esa fuerza invisible que guía al cuerpo.
-Las respuestas a mis preguntas importan tanto
como sus responsabilidades ante esta alma.
-Eso es discutible.
Oí moverse a la mujer y su voz se convirtió
repentinamente en un susurro:
-¿Cuándo podrá responder? El efecto de los
sedantes debe de estar a punto de desaparecer.
-Cuando esté lista. Déjela descansar, merece
poder enfrentarse a la situación cuando se encuentre más cómoda. ¡Imagínese qué
impresión debe de ser despertar dentro de una anfitriona rebelde y herida casi
de muerte mientras intentaba escapar! ¡Nadie debería soportar un trauma como
ése en tiempos de paz! -Su voz se había ido elevando según se volvía más
emotiva.
-Ella es fuerte -aseguró la voz de la mujer con
firmeza-. Mire cómo se ha desenvuelto con el primer recuerdo, el peor. Sea lo
que fuera, ha podido con él.
-¿Y por qué tiene que hacer esto? -masculló el
hombre, aunque no parecía esperar respuesta a esa pregunta.
La mujer, sin embargo, contestó:
-Si obtuviéramos las respuestas que
necesitamos...
-«Necesitar» es el verbo que usted ha usado. Yo
elegiría más bien «querer».
-Entonces, alguien debe abordar lo desagradable
-continuó como si él no la hubiera interrumpido-, y por lo que sé de esta en
concreto, creo que aceptará el reto cuando haya forma de interrogarla. ¿Cómo la
ha llamado?
-Wanderer* - contestó él con desgana tras una pausa.
*Viajera
-Muy apropiado -repuso ella-, porque, aunque no
tengo ninguna estadística oficial, creo que debe de ser una de las pocas, si no
la única, que han viajado tan lejos. Sí, Wanderer le irá bien hasta que escoja
un nuevo nombre para sí misma.
Él permaneció en silencio.
-Claro que ella debe asumir el nombre de la
anfitriona... No hemos encontrado registros de sus huellas digitales ni del
escáner de retina. No puedo decirle su nombre.
-Ella no adoptará ningún nombre humano -murmuró
el hombre.
La respuesta de la mujer fue conciliatoria:
-Cada uno se consuela como quiere.
-Nuestra «viajera» necesitará más consuelo que la
mayoría, gracias al estilo peculiar con el que usted ejerce su vocación.
Se oyó el sonido agudo de unos pasos que marcaron
un staccato contra el duro suelo.
Cuando habló de nuevo, la voz de la mujer parecía venir del lado opuesto de la
habitación.
-Usted habría reaccionado de manera bastante poco
apropiada los primeros días de esta ocupación -comentó.
-Y quizá usted esté reaccionando de manera poco
adecuada para la paz.
La mujer se echó a reír, pero su risa era falsa,
porque no se correspondía con una diversión real. Parecía que mi mente se había
adaptado bien a interpretar los significados auténticos de los tonos e
inflexiones de voz.
-No tiene una percepción clara de lo que supone
mi vocación. Paso muchas horas con mapas y archivos, y es principalmente un
trabajo de oficina; no es precisamente el trabajo conflictivo y violento que
usted cree.
-Hace tres días iba cargada de armas destructivas
para conseguir este cuerpo.
-Pues le aseguro que eso es una excepción, no la
regla. No olvide que las armas que tanto le disgustan se hubieran vuelto contra
los de nuestra especie si no hubiera sido porque nosotros, los buscadores,
estábamos alerta. Los humanos nos habrían matado sin pensárselo si hubieran
tenido la habilidad suficiente para hacerlo. Quienes han visto sus vidas
amenazadas por esa hostilidad nos consideran héroes.
-Habla como si estuviéramos en guerra.
-Así es para los supervivientes de la raza
humana.
Esas palabras resonaron con fuerza en mis oídos.
Mi cuerpo reaccionó a ellas; sentí cómo se me aceleraba la respiración, escuché
el sonido de los latidos de mi corazón más alto de lo habitual. Al lado de la
cama había una máquina que registraba esas alteraciones con un pitido sordo. El
sanador y la buscadora estaban demasiado enfrascados en su enfrentamiento como
para percatarse.
-Pero es una guerra que ellos dan por perdida
hace ya mucho. ¿Por cuántos los superamos en número? ¿Una proporción de uno a
un millón? Imaginaba que usted lo sabría.
-Estimamos que las probabilidades de éxito se
inclinan un poco a nuestro favor -admitió ella con renuencia.
El sanador pareció satisfecho de poder reforzar
esta parte de su desacuerdo con un dato. Los dos se quedaron en silencio
durante un momento.
Utilicé ese tiempo para analizar mi situación,
que, en líneas generales, era obvia.
Estaba en un Servicio de Sanación recuperándome
de una inserción especialmente traumática. Estaba segura de que antes de
entregarme el organismo en el que me había alojado éste había sido totalmente
curado y que habrían desechado a la anfitriona dañada.
Sopesé las opiniones enfrentadas del sanador y la
buscadora. Según la información que había recibido antes de hacer la elección
de venir aquí, el sanador tenía razón. Las hostilidades con los escasos grupos
humanos sobrevivientes se habían erradicado por completo. El planeta llamado
Tierra era tan pacífico y sereno como parecía desde el espacio, de un verde
hospitalario, y azul, envuelto en sus inofensivos vapores blancos, y la armonía
era ahora universal, al estilo en que las almas solían implantarla.
La disensión verbal entre el sanador y la
buscadora era algo fuera de lo común, además de resultar extrañamente agresiva
para los parámetros de nuestra especie. Eso hizo que me formulara ciertas
preguntas. Podrían ser ciertos los rumores que se habían propagado en forma de
ondas a través de los pensamientos de..., de...
Me distraje intentando recordar el nombre de la
última especie que me había alojado. Tenía uno, eso sí que lo sabía, pero no
podía recordar la palabra ahora que ya no estaba conectada a ese anfitrión.
Sabía que utilizábamos un lenguaje mucho más simple, un lenguaje silencioso de
puro pensamiento que nos unía a todos en una gran mente. Algo muy conveniente
cuando se está plantado para siempre en la oscura tierra húmeda.
Pero sí podía describir esa especie con mi nuevo
lenguaje humano. Vivíamos en el suelo de un gran océano que cubría la
superficie entera de nuestro mundo, un mundo cuyo nombre tampoco conseguía
recordar. Cada uno de nosotros tenía cien brazos y en cada brazo mil ojos, de
modo que, gracias a nuestras mentes conectadas, nada pasaba desapercibido en
aquel vasto océano. Saboreábamos las aguas y, junto con nuestra vista, nos
contaba todo lo que necesitábamos saber. También nos alimentábamos de los soles
situados muchos kilómetros por encima del agua, y su sabor se transformaba en
toda la comida que necesitábamos.
Tenía la posibilidad de describirnos, pero no de
nombrarnos. Suspiré apenada por el conocimiento perdido y entonces retorné a
mis reflexiones respecto a lo que había escuchado a hurtadillas.
Las almas, por regla general, no podían decir
nada que no fuera la verdad. Los buscadores, claro, tenían que cumplir los
requisitos de su vocación, pero entre las almas jamás había una razón para
mentir. Con el lenguaje de pensamiento de mi última especie habría sido aún más
difícil mentir, incluso aunque hubiéramos querido. En cambio, inmovilizados
como estábamos, nos contábamos unos a otros historias para aliviar el
aburrimiento. Contar historias era uno de nuestros talentos más celebrados,
porque nos beneficiaba a todos.
Algunas veces los hechos se mezclaban con la
ficción de forma tan absoluta que aunque no se dijeran mentiras, era difícil
recordar lo que era estrictamente verdadero.
Cuando pensábamos en el nuevo planeta, la Tierra , tan seco, tan
variado y lleno de esos ciudadanos tan violentos y destructivos que apenas
podíamos imaginarlos, a veces nuestro horror se veía superado por la
excitación. Las guerras (¡guerras!, ¡nuestra especie obligada a luchar!) al
principio se relataron de forma exacta y después se embellecieron y luego se
novelaron. Cuando estas historias entraban en conflicto con la información
oficial de la que disponíamos, naturalmente, siempre me fiaba más de las
noticias.
Pero ya había habido rumores sobre anfitriones
humanos tan fuertes que el alma se veía obligada a abandonarlos. Anfitriones
cuyas mentes no podían suprimirse completamente. Almas que asumían la
personalidad del cuerpo, más que al contrario. Historias. Rumores absurdos.
Locuras.
Sin embargo, ésa parecía ser la acusación del
sanador...
Descarté tal pensamiento. La explicación más
apropiada para su censura podía ser el desagrado que la mayoría de nosotros
sentía por la vocación de buscador. ¿Quién escogería voluntariamente una vida
de conflicto y persecución? ¿Quién podría sentirse atraído por la tarea de
atrapar anfitriones renuentes y capturarlos? ¿Quién tendría el valor de
enfrentarse a la violencia de esta especie en particular, a estos humanos
hostiles que mataban de forma tan fácil y desconsiderada? Aquí, en este
planeta, los buscadores se habían convertido prácticamente en una... milicia
-término que mi nuevo cerebro suministró para ese concepto tan poco familiar-.
La mayoría de nosotros creía que sólo las almas menos civilizadas, las menos
evolucionadas, las inferiores podían convertirse en buscadores.
Aun así, los buscadores habían conseguido un
nuevo estatus en la
Tierra. Nunca antes se había torcido tanto una ocupación,
nunca antes se había convertido en una batalla tan fiera y encarnizada. Nunca
antes se habían sacrificado las vidas de tantas almas. Los buscadores se
alzaban como un escudo resistente y las almas de este mundo tenían que estarles
agradecidas por tres motivos: por la seguridad que habían conseguido alcanzar a
pesar del caos, por el riesgo que afrontaban de buen grado a diario de sufrir
una muerte definitiva y por los nuevos cuerpos que continuaban suministrando.
Ahora que el peligro casi había pasado parecía
que la gratitud también se desvanecía. Y, en lo que se refería a esta buscadora
en concreto, el cambio no había sido precisamente agradable.
Era fácil imaginar qué preguntas me haría. Aunque
el sanador estaba intentando ganar tiempo para permitir que me acostumbrara a
mi nuevo cuerpo, yo sabía que de todas formas haría todo lo posible por ayudar
a la buscadora. La quintaesencia de cualquier alma es un concepto correcto de
la ciudadanía.
Inspiré profundamente para prepararme. El monitor
registró el movimiento. Sabía que me fallaba un poco la respiración, porque,
aunque odiaba admitirlo, tenía miedo. Debería explorar los recuerdos llenos de
violencia que me habían hecho gritar de horror para conseguir la información
que la buscadora necesitaba. Más que eso, temía a la voz que había oído tan
alta en mi cabeza. Ahora estaba callada, menos mal. Al fin y al cabo, sólo era
un recuerdo.
No debería haber tenido miedo. Después de todo
ahora me llamaban Wanderer, y me había ganado el nombre.
Con otro profundo suspiro me sumergí en los
recuerdos que tanto me asustaban, enfrentándome a ellos en el interior de mi
cabeza con los dientes apretados.
Podría saltarme el final para no verme superada
de nuevo. En un avance rápido de imágenes, corrí otra vez a través de la
oscuridad, estremeciéndome, intentando no sentir nada. Todo acabó rápidamente.
Una vez pasada esa barrera, no fue difícil flotar
a través de cosas y lugares menos angustiosos, buceando en busca de la
información que quería. Vi cómo había llegado ella a esta fría ciudad: había
conducido toda la noche un coche robado, elegido a conciencia por su aspecto
discreto. Había caminado por las calles de Chicago en la oscuridad, temblando
bajo el abrigo.
Estaba embarcada en su propia búsqueda. Había
otros como ella, o al menos eso creía ella. Uno en particular, un amigo..., no,
un familiar. Una hermana..., no, una prima.
El flujo de palabras fue deteniéndose poco a
poco, y al principio no entendí el motivo. ¿Se le había olvidado? ¿Lo había
perdido debido al trauma de haber estado a punto de cruzar el umbral de la
muerte? ¿Quizá me encontraba aún algo torpe por el estado de inconsciencia? Luchaba
por pensar con claridad, pero esta sensación me era poco familiar. ¿Aún tenía
el cuerpo sedado? Me sentía bastante alerta, pero mi mente trabajaba
infructuosamente buscando las respuestas que quería.
Intenté otra vía de abordaje, esperando conseguir
respuestas más claras. ¿Cuál era su objetivo? Ella quería encontrar a…
Sharon... -¡Al fin recuperé el nombre!-, y entonces ellas…
Choqué contra un muro.
Me encontré ante el vacío, la nada. Intenté dar
la vuelta a su alrededor, pero no podía percibir los bordes del agujero. Era
como si la información se hubiera borrado.
O como si su cerebro hubiera sufrido algún tipo
de daño.
La ira me inundó, ardiente y salvaje. Jadeé por
la sorpresa ante una reacción tan inesperada. Había oído hablar de la inestabilidad
emocional de los cuerpos humanos, pero esto estaba más allá de mi capacidad de
previsión. En ocho vidas completas, jamás había sentido una emoción que me
afectara con tanta intensidad.
Sentí el latido de la sangre en mi cuello,
golpeando detrás de mis orejas. Las manos se me cerraron hasta formar dos puños.
La máquina que había a mi lado informó de la
aceleración de mi pulsación cardiaca. Hubo una reacción en la habitación: los
golpes secos de los zapatos de la buscadora se aproximaron, y junto a ellos un
ruido más sordo, el de unos pies que se arrastraban, seguramente los del
sanador.
-Bienvenida a la Tierra , Wanderer -dijo la
voz femenina.
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