domingo, 7 de abril de 2013

La Huésped- Capitulo 1 - Recuerdos


Yo sabía que comenzaría con el final y a esos ojos el final iba a parecerles algo similar a la muerte. Estaba avisada.

No esos ojos: mis ojos. Míos. Porque ahora eso era yo. Usaba un lenguaje extraño, pero con significado. Tartamudeante, estridente, oscuro y lineal. Anquilosado hasta lo indecible en comparación con los muchos otros que antes había empleado, aunque con suficientes recursos para comunicar fluidez y expresividad; en cierto sentido era hermoso. y ahora era mi idioma. Mi idioma materno.

Me alojé con seguridad en el centro de pensamiento de este cuerpo gracias al instinto certero que caracteriza a los de mi especie; luego me inserté de forma inexorable en cada una de sus inspiraciones e instintos hasta que dejamos de ser entidades nítidamente separadas. Ahora era yo.

No el cuerpo, sino mi cuerpo.

Percibí la lenta desaparición de los sedantes y que recuperaba la lucidez. Me preparé para el asalto de su primer recuerdo, que en realidad sería la evocación de los últimos momentos que su cuerpo había experimentado, la memoria de su fin. Estaba bien preparada, porque me habían contado con todo detalle lo que iba a ocurrir ahora. Estas emociones humanas serían más fuertes, más vivas que los sentimientos de cualquier otra especie en la que hubiera habitado antes.

El recuerdo llegó. Tal y como se me había avisado, no era algo para lo que fuera fácil estar preparada.

Me quemó con su color estridente y su sonido atronador. Sentí frío en la piel, mientras el dolor se me aferraba a los miembros, quemándome. Percibía un sabor metálico intenso en su boca. Además había también un nuevo sentido, el quinto, el que nunca había experimentado antes. Éste percibía las partículas del aire y las transformaba en extraños mensajes, a veces placenteros y en otros casos avisos para su cerebro: el olor. Me distraían, confundiéndome, pero no a su memoria. Porque sus recuerdos no tenían tiempo para estas novedades del olfato, dominados como estaban por el miedo.

El miedo la había encerrado en un círculo vicioso, incitando a los miembros torpes, patosos, hacia delante, pero a la vez dificultándole los movimientos. No podía hacer nada más que huir, correr.


Me he equivocado.


Aquel recuerdo ajeno era tan fuerte, claro y atemorizadar que se deslizó a través de mi auto control y superó la distancia que supone saber que era simplemente un recuerdo y, además, no era mío. Me arrastró al infierno que había constituido el último minuto de su vida, porque yo era ella y huíamos.

Estaba tan oscuro que no distinguía nada, ni siquiera el suelo. No me veía las manos, extendidas delante de mí. Corría a ciegas mientras intentaba escuchar el ruido de la persecución, que podía sentir a mis espaldas a pesar de lo alto que me sonaba el pulso de los latidos del corazón en los oídos.

Hacía frío. No importaba ahora, pero dolía. Tenía mucho frío.



Por su nariz entraba un olor desagradable, malo, hediondo. Esa repulsión me liberó del recuerdo durante un segundo, pero sólo fue durante un segundo, y enseguida el recuerdo me arrastró de nuevo y los ojos se me llenaron de lágrimas de terror.

Estoy perdida, estamos perdidos. Se terminó.

Ahora mismo se encuentran detrás de mí, los oigo muy cerca. ¡Se escuchan muchos pasos! Estoy sola. Me he equivocado.

Los buscadores están gritando. El sonido de sus voces me revuelve el estómago hasta el punto de que me vaya marear.

-Todo va bien, todo va bien -me miente uno en un intento por calmarme y lograr que aminore el paso. Su voz suena alterada por el esfuerzo que hace al respirar.
-¡Ten cuidado! -grita otro, avisándola.
-¡No te hagas daño! -suplica un tercero con voz profunda y preocupada por mí. ¡Preocupada por mí!

El calor recorrió mis venas y un odio violento casi me ahoga.

Nunca había sentido una emoción similar en todas mis vidas. De nuevo la repugnancia me sacó del recuerdo un segundo más. Un lamento agudo, estridente, me atravesó los oídos y retumbó en mi mente. El sonido chirrió a través de todas mis vías respiratorias y sentí un ligero dolor en la garganta.
«Un grito -me explicó mi cuerpo--. Eres tú la que grita».
Me quedé helada por la sorpresa y el sonido se quebró de repente.
Eso no era un recuerdo.

Mi cuerpo ... ¡estaba pensando! ¡Me estaba hablando! Pero en ese momento el recuerdo era más fuerte que mi asombro.



-¡ Por favor -chíllaban-, hay mucho peligro ahí delante! «¡El peligro está detrás!», respondí a gritos en mi mente, pero ¿a qué se refieren? Hay un débil rayo de luz que no se sabe de dónde viene brillando al final del pasillo. No es una pared plana ni una puerta cerrada, sino el final sin salida que temía y esperaba. Es un agujero negro.

El pozo de un ascensor. Abandonado, vacío y condenado como todo el edificio: un escondrijo en su momento y ahora una tumba.

Una oleada de alivio me recorre mientras me precipito hacia delante. Hay una salida. No hay manera de sobrevivir, pero sí, quizá, una manera de vencer.



«¡No, no, no! ». Este pensamiento era completamente mío; luché por apartarme de ella, pero seguíamos juntas, y saltamos unidas hacia el abismo de la muerte.



-j Por favor! -Ahora los gritos sonaban más desesperados.

Casi sentí deseos de reír cuando supe que había sido lo bastante rápida. Imaginé sus manos intentando sujetarme por la espalda y fallando por centímetros. Suelo ser tan rápida como me hace falta. Ni siquiera me detuve cuando se acabó el suelo. El agujero se alzó para encontrarse conmigo a mitad de camino.

El vacío me engulló, las piernas cedieron, inutilizadas, y mis manos se aferraron al aire y lo arañaron en busca de algo sólido. El frío me golpeó como el azote de un tornado.

Escuché el golpe sordo antes de sentirlo ... El viento cesó ...
Y después el dolor me rodeó por todas partes hasta que el dolor fue todo.

Paradlo.

«No lo suficientemente alto», susurré para mis adentros en medio del dolor.

¿Cuándo acabará el calvario? ¿Cuándo .. .?



La oscuridad devoró la agonía, y me sentí débil yagradecida porque el recuerdo había llegado al final más definitivo de todos los posibles. La negrura lo dominó todo y me liberó. Respiré profundamente para tranquilizarme, como era la costumbre de este cuerpo. Mi cuerpo.

Pero entonces el color regresó, el recuerdo se reavivó y me envolvió de nuevo.

«¡No!». Me dejé llevar por el pánico, temiendo al frío, al dolor y al propio miedo, pero éste no era el mismo recuerdo. Era un recuerdo dentro del recuerdo, la evocación de uno agonizante, aunque, de algún modo, casi más fuerte que el primero.

La oscuridad se lo llevó todo menos esto: un rostro.

Aquel semblante me resultaba tan desconcertante como extraños le habrían parecido a ese nuevo organismo mío la ausencia de facciones y los tentáculos serpentinos de mi último cuerpo anfitrión. Había visto ese tipo de rostro en las imágenes que me habían dado para prepararme para este mundo. Resultaba difícil distinguir unas de otras a juzgar por las escasas variaciones de color y forma, las únicas diferencias perceptibles entre un individuo y otro, ya que en conjunto todos se parecían mucho: narices centradas en la mitad de una esfera, con los ojos arriba y la boca abajo, con las orejas a ambos lados. Una variada colección de sentidos concentrados en un lugar, todos menos el tacto. La piel sobre los huesos, el pelo de la parte superior y dos extrañas líneas peludas encima de los ojos. Algunos tenían más pelo en la parte inferior de la mandíbula, pero ésos eran todos machos. Los colores se encontraban dentro de la escala de los marrones, desde un pálido color crema hasta el más oscuro, casi negro. Aparte de por estos rasgos, ¿cómo podía distinguirse a uno de otro?

Sin embargo, terminaría identificando ese rostro entre millones.

Era una cara en forma de rectángulo, muy angulosa, con un contorno de huesos firme debajo de una tez clara, de un broncíneo dorado. El pelo era apenas unos cuantos tonos más oscuros que la piel, excepto donde algunos mechones del color del lino lo aclaraban; sólo cubría la cabeza y unas finas bandas estrechas encima de los ojos. Las pupilas circulares de los blancos globos oculares eran más oscuras que el pelo, pero al igual que éste estaban mechadas de un tono más claro. Se dibujaban unas pequeñas líneas alrededor de los ojos y sus recuerdos me informaron de que esas líneas se debían a los gestos de sonreír y guiñar los ojos bajo la luz del sol.

No sabía nada de lo que se consideraba belleza entre estos extranjeros, pero el simple deseo de seguir contemplando ese rostro me bastó para comprender que era hermoso; desapareció en cuanto fui consciente de este hecho.

«Mío», decía aquel pensamiento alienígena que no debería existir.
Otra vez me quedé helada, aturdida. No debería haber aquí nadie más que yo. ¡En cambio ese otro ser estaba presente con tanta fuerza y tan consciente de sí mismo!

Imposible. ¿Cómo era que estaba aún aquí? ¡Si ésta era yo ahora!

«Mío», insistió ella con el poder y la autoridad que sólo me podían pertenecer a mí fluyendo en su palabra. «Todo es mío».

«¿Y por qué le contesto?», me pregunté mientras las voces interrumpían el hilo de mis pensamientos. 

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