domingo, 21 de abril de 2013

La Huésped- Capitulo 2 - Por Casualidad


Las voces sonaban bajas y cercanas y, aunque ahora era consciente de ellas, parecían proceder de una conversación murmurada que había captado ya empezada.
-Me temo que ha sido demasiado para ella -sostuvo alguien cuya voz era suave pero profunda, la voz de un hombre-. Demasiado casi para cualquiera, ¡cuánta violencia! -El tono era de clara repulsión.
-Ha gritado una sola vez -replicó una voz femenina, más alta y aflautada, remarcando la afirmación con un cierto regocijo, como si estuviera ganando una discusión.
-Ya lo sé -admitió el hombre-. Es muy fuerte. Otros habrían sufrido un trauma mucho mayor con menor motivo.
-Estoy segura de que se pondrá bien, como ya le he dicho.
-Tal vez se haya confundido de vocación. -Había un cierto tono incisivo en la voz del hombre. Los bancos de memoria de mi cerebro destinados al lenguaje me informaron de que se trataba de un sarcasmo-. Quizá debería haberse hecho sanadora, como yo.
La mujer emitió un sonido divertido, una risotada.
-Lo dudo. Nosotros, los buscadores, preferimos otro tipo de diagnósticos.
Mi cuerpo conocía esa palabra, esa especie de título, «buscador». Sentí que un escalofrío de miedo me bajaba por la columna, una reacción prestada, puesto que no había duda de que yo no tenía motivos para temer a los buscadores.
-A menudo me pregunto si en su profesión hay alguien infectado, aunque sólo sea un poco, de humanidad -musitó el hombre, cuya voz aún sonaba amarga debido al disgusto-. La violencia forma parte de su opción vital. ¿y si hay algo innato en su temperamento, algo que los lleva a disfrutar con el horror?
Me sentí sorprendida por la acusación, por su tono. Esta conversación era como... una disputa. Algo con lo que mi anfitriona estaba familiarizada, pero que yo no había experimentado jamás.
La mujer se puso a la defensiva:
-No es que escojamos la violencia. Nos enfrentamos a ella cuando no queda más remedio. y pienso que es algo bueno para todos los demás que unos cuantos seamos lo suficientemente fuertes como para soportar lo desagradable. Vuestra paz se vería amenazada de no ser por nuestro trabajo.
-Eso era en otros tiempos. Vuestra vocación pronto se quedará obsoleta, o eso creo.
-El error implícito de esa afirmación queda patente en la paciente que tenemos aquí.
-Una chica humana sola y desarmada! Sí, claro, ¡menuda amenaza para nuestra paz!
La mujer comenzó a respirar pesadamente; luego suspiró.
-Pero ¿de dónde procede? ¿Cómo ha aparecido en mitad de Chicago, una ciudad civilizada desde hace tanto tiempo, a cientos de kilómetros de cualquier rastro de actividad subversiva? ¿Se movía sola?
Disparó las preguntas una tras otra sin que pareciera esperar respuesta alguna. Daba la impresión de habérselas planteado ya con anterioridad.
-Ése es vuestro problema, no el mío -repuso el hombre-. Mi cometido consiste en ayudar a esta alma a adaptarse a su nueva anfitriona, evitando cualquier trauma o daño innecesario, y usted está aquí interfiriendo en mi trabajo.
Como estaba tomando conciencia lentamente, aclimatándome a este nuevo mundo de sentidos, comprendí algo tarde que yo era el tema de la conversación. Yo era el alma de la que hablaban. Era una nueva connotación de una palabra que había significado muchas otras cosas para mi anfitriona. En cada planeta adquiríamos nombres distintos. Alma. Suponía que era una descripción adecuada para esa fuerza invisible que guía al cuerpo.
-Las respuestas a mis preguntas importan tanto como sus responsabilidades ante esta alma.
-Eso es discutible.
Oí moverse a la mujer y su voz se convirtió repentinamente en un susurro:
-¿Cuándo podrá responder? El efecto de los sedantes debe de estar a punto de desaparecer.
-Cuando esté lista. Déjela descansar, merece poder enfrentarse a la situación cuando se encuentre más cómoda. ¡Imagínese qué impresión debe de ser despertar dentro de una anfitriona rebelde y herida casi de muerte mientras intentaba escapar! ¡Nadie debería soportar un trauma como ése en tiempos de paz! -Su voz se había ido elevando según se volvía más emotiva.
-Ella es fuerte -aseguró la voz de la mujer con firmeza-. Mire cómo se ha desenvuelto con el primer recuerdo, el peor. Sea lo que fuera, ha podido con él.
-¿Y por qué tiene que hacer esto? -masculló el hombre, aunque no parecía esperar respuesta a esa pregunta.
La mujer, sin embargo, contestó:
-Si obtuviéramos las respuestas que necesitamos...
-«Necesitar» es el verbo que usted ha usado. Yo elegiría más bien «querer».
-Entonces, alguien debe abordar lo desagradable -continuó como si él no la hubiera interrumpido-, y por lo que sé de esta en concreto, creo que aceptará el reto cuando haya forma de interrogarla. ¿Cómo la ha llamado?
-Wanderer*  - contestó él con desgana tras una pausa.
                                                                                               *Viajera
-Muy apropiado -repuso ella-, porque, aunque no tengo ninguna estadística oficial, creo que debe de ser una de las pocas, si no la única, que han viajado tan lejos. Sí, Wanderer le irá bien hasta que escoja un nuevo nombre para sí misma.
Él permaneció en silencio.
-Claro que ella debe asumir el nombre de la anfitriona... No hemos encontrado registros de sus huellas digitales ni del escáner de retina. No puedo decirle su nombre.
-Ella no adoptará ningún nombre humano -murmuró el hombre.
La respuesta de la mujer fue conciliatoria:
-Cada uno se consuela como quiere.
-Nuestra «viajera» necesitará más consuelo que la mayoría, gracias al estilo peculiar con el que usted ejerce su vocación.
Se oyó el sonido agudo de unos pasos que marcaron un staccato contra el duro suelo. Cuando habló de nuevo, la voz de la mujer parecía venir del lado opuesto de la habitación.
-Usted habría reaccionado de manera bastante poco apropiada los primeros días de esta ocupación -comentó.
-Y quizá usted esté reaccionando de manera poco adecuada para la paz.
La mujer se echó a reír, pero su risa era falsa, porque no se correspondía con una diversión real. Parecía que mi mente se había adaptado bien a interpretar los significados auténticos de los tonos e inflexiones de voz.
-No tiene una percepción clara de lo que supone mi vocación. Paso muchas horas con mapas y archivos, y es principalmente un trabajo de oficina; no es precisamente el trabajo conflictivo y violento que usted cree.
-Hace tres días iba cargada de armas destructivas para conseguir este cuerpo.
-Pues le aseguro que eso es una excepción, no la regla. No olvide que las armas que tanto le disgustan se hubieran vuelto contra los de nuestra especie si no hubiera sido porque nosotros, los buscadores, estábamos alerta. Los humanos nos habrían matado sin pensárselo si hubieran tenido la habilidad suficiente para hacerlo. Quienes han visto sus vidas amenazadas por esa hostilidad nos consideran héroes.
-Habla como si estuviéramos en guerra.
-Así es para los supervivientes de la raza humana.
Esas palabras resonaron con fuerza en mis oídos. Mi cuerpo reaccionó a ellas; sentí cómo se me aceleraba la respiración, escuché el sonido de los latidos de mi corazón más alto de lo habitual. Al lado de la cama había una máquina que registraba esas alteraciones con un pitido sordo. El sanador y la buscadora estaban demasiado enfrascados en su enfrentamiento como para percatarse.
-Pero es una guerra que ellos dan por perdida hace ya mucho. ¿Por cuántos los superamos en número? ¿Una proporción de uno a un millón? Imaginaba que usted lo sabría.
-Estimamos que las probabilidades de éxito se inclinan un poco a nuestro favor -admitió ella con renuencia.
El sanador pareció satisfecho de poder reforzar esta parte de su desacuerdo con un dato. Los dos se quedaron en silencio durante un momento.
Utilicé ese tiempo para analizar mi situación, que, en líneas generales, era obvia.
Estaba en un Servicio de Sanación recuperándome de una inserción especialmente traumática. Estaba segura de que antes de entregarme el organismo en el que me había alojado éste había sido totalmente curado y que habrían desechado a la anfitriona dañada.
Sopesé las opiniones enfrentadas del sanador y la buscadora. Según la información que había recibido antes de hacer la elección de venir aquí, el sanador tenía razón. Las hostilidades con los escasos grupos humanos sobrevivientes se habían erradicado por completo. El planeta llamado Tierra era tan pacífico y sereno como parecía desde el espacio, de un verde hospitalario, y azul, envuelto en sus inofensivos vapores blancos, y la armonía era ahora universal, al estilo en que las almas solían implantarla.
La disensión verbal entre el sanador y la buscadora era algo fuera de lo común, además de resultar extrañamente agresiva para los parámetros de nuestra especie. Eso hizo que me formulara ciertas preguntas. Podrían ser ciertos los rumores que se habían propagado en forma de ondas a través de los pensamientos de..., de...
Me distraje intentando recordar el nombre de la última especie que me había alojado. Tenía uno, eso sí que lo sabía, pero no podía recordar la palabra ahora que ya no estaba conectada a ese anfitrión. Sabía que utilizábamos un lenguaje mucho más simple, un lenguaje silencioso de puro pensamiento que nos unía a todos en una gran mente. Algo muy conveniente cuando se está plantado para siempre en la oscura tierra húmeda.
Pero sí podía describir esa especie con mi nuevo lenguaje humano. Vivíamos en el suelo de un gran océano que cubría la superficie entera de nuestro mundo, un mundo cuyo nombre tampoco conseguía recordar. Cada uno de nosotros tenía cien brazos y en cada brazo mil ojos, de modo que, gracias a nuestras mentes conectadas, nada pasaba desapercibido en aquel vasto océano. Saboreábamos las aguas y, junto con nuestra vista, nos contaba todo lo que necesitábamos saber. También nos alimentábamos de los soles situados muchos kilómetros por encima del agua, y su sabor se transformaba en toda la comida que necesitábamos.
Tenía la posibilidad de describirnos, pero no de nombrarnos. Suspiré apenada por el conocimiento perdido y entonces retorné a mis reflexiones respecto a lo que había escuchado a hurtadillas.
Las almas, por regla general, no podían decir nada que no fuera la verdad. Los buscadores, claro, tenían que cumplir los requisitos de su vocación, pero entre las almas jamás había una razón para mentir. Con el lenguaje de pensamiento de mi última especie habría sido aún más difícil mentir, incluso aunque hubiéramos querido. En cambio, inmovilizados como estábamos, nos contábamos unos a otros historias para aliviar el aburrimiento. Contar historias era uno de nuestros talentos más celebrados, porque nos beneficiaba a todos.
Algunas veces los hechos se mezclaban con la ficción de forma tan absoluta que aunque no se dijeran mentiras, era difícil recordar lo que era estrictamente verdadero.
Cuando pensábamos en el nuevo planeta, la Tierra, tan seco, tan variado y lleno de esos ciudadanos tan violentos y destructivos que apenas podíamos imaginarlos, a veces nuestro horror se veía superado por la excitación. Las guerras (¡guerras!, ¡nuestra especie obligada a luchar!) al principio se relataron de forma exacta y después se embellecieron y luego se novelaron. Cuando estas historias entraban en conflicto con la información oficial de la que disponíamos, naturalmente, siempre me fiaba más de las noticias.
Pero ya había habido rumores sobre anfitriones humanos tan fuertes que el alma se veía obligada a abandonarlos. Anfitriones cuyas mentes no podían suprimirse completamente. Almas que asumían la personalidad del cuerpo, más que al contrario. Historias. Rumores absurdos. Locuras.
Sin embargo, ésa parecía ser la acusación del sanador...
Descarté tal pensamiento. La explicación más apropiada para su censura podía ser el desagrado que la mayoría de nosotros sentía por la vocación de buscador. ¿Quién escogería voluntariamente una vida de conflicto y persecución? ¿Quién podría sentirse atraído por la tarea de atrapar anfitriones renuentes y capturarlos? ¿Quién tendría el valor de enfrentarse a la violencia de esta especie en particular, a estos humanos hostiles que mataban de forma tan fácil y desconsiderada? Aquí, en este planeta, los buscadores se habían convertido prácticamente en una... milicia -término que mi nuevo cerebro suministró para ese concepto tan poco familiar-. La mayoría de nosotros creía que sólo las almas menos civilizadas, las menos evolucionadas, las inferiores podían convertirse en buscadores.
Aun así, los buscadores habían conseguido un nuevo estatus en la Tierra. Nunca antes se había torcido tanto una ocupación, nunca antes se había convertido en una batalla tan fiera y encarnizada. Nunca antes se habían sacrificado las vidas de tantas almas. Los buscadores se alzaban como un escudo resistente y las almas de este mundo tenían que estarles agradecidas por tres motivos: por la seguridad que habían conseguido alcanzar a pesar del caos, por el riesgo que afrontaban de buen grado a diario de sufrir una muerte definitiva y por los nuevos cuerpos que continuaban suministrando.
Ahora que el peligro casi había pasado parecía que la gratitud también se desvanecía. Y, en lo que se refería a esta buscadora en concreto, el cambio no había sido precisamente agradable.
Era fácil imaginar qué preguntas me haría. Aunque el sanador estaba intentando ganar tiempo para permitir que me acostumbrara a mi nuevo cuerpo, yo sabía que de todas formas haría todo lo posible por ayudar a la buscadora. La quintaesencia de cualquier alma es un concepto correcto de la ciudadanía.
Inspiré profundamente para prepararme. El monitor registró el movimiento. Sabía que me fallaba un poco la respiración, porque, aunque odiaba admitirlo, tenía miedo. Debería explorar los recuerdos llenos de violencia que me habían hecho gritar de horror para conseguir la información que la buscadora necesitaba. Más que eso, temía a la voz que había oído tan alta en mi cabeza. Ahora estaba callada, menos mal. Al fin y al cabo, sólo era un recuerdo.
No debería haber tenido miedo. Después de todo ahora me llamaban Wanderer, y me había ganado el nombre.
Con otro profundo suspiro me sumergí en los recuerdos que tanto me asustaban, enfrentándome a ellos en el interior de mi cabeza con los dientes apretados.
Podría saltarme el final para no verme superada de nuevo. En un avance rápido de imágenes, corrí otra vez a través de la oscuridad, estremeciéndome, intentando no sentir nada. Todo acabó rápidamente.
Una vez pasada esa barrera, no fue difícil flotar a través de cosas y lugares menos angustiosos, buceando en busca de la información que quería. Vi cómo había llegado ella a esta fría ciudad: había conducido toda la noche un coche robado, elegido a conciencia por su aspecto discreto. Había caminado por las calles de Chicago en la oscuridad, temblando bajo el abrigo.
Estaba embarcada en su propia búsqueda. Había otros como ella, o al menos eso creía ella. Uno en particular, un amigo..., no, un familiar. Una hermana..., no, una prima.
El flujo de palabras fue deteniéndose poco a poco, y al principio no entendí el motivo. ¿Se le había olvidado? ¿Lo había perdido debido al trauma de haber estado a punto de cruzar el umbral de la muerte? ¿Quizá me encontraba aún algo torpe por el estado de inconsciencia? Luchaba por pensar con claridad, pero esta sensación me era poco familiar. ¿Aún tenía el cuerpo sedado? Me sentía bastante alerta, pero mi mente trabajaba infructuosamente buscando las respuestas que quería.
Intenté otra vía de abordaje, esperando conseguir respuestas más claras. ¿Cuál era su objetivo? Ella quería encontrar a… Sharon... -¡Al fin recuperé el nombre!-, y entonces ellas…
Choqué contra un muro.
Me encontré ante el vacío, la nada. Intenté dar la vuelta a su alrededor, pero no podía percibir los bordes del agujero. Era como si la información se hubiera borrado.
O como si su cerebro hubiera sufrido algún tipo de daño.
La ira me inundó, ardiente y salvaje. Jadeé por la sorpresa ante una reacción tan inesperada. Había oído hablar de la inestabilidad emocional de los cuerpos humanos, pero esto estaba más allá de mi capacidad de previsión. En ocho vidas completas, jamás había sentido una emoción que me afectara con tanta intensidad.
Sentí el latido de la sangre en mi cuello, golpeando detrás de mis orejas. Las manos se me cerraron hasta formar dos puños.
La máquina que había a mi lado informó de la aceleración de mi pulsación cardiaca. Hubo una reacción en la habitación: los golpes secos de los zapatos de la buscadora se aproximaron, y junto a ellos un ruido más sordo, el de unos pies que se arrastraban, seguramente los del sanador.
-Bienvenida a la Tierra, Wanderer -dijo la voz femenina. 

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